Encuentro Feminista del Paraguay 2013. Foto: Luis Vera

Subí, que te llevo

Subí que te llevo

¡Qué lindo que sos! ¿Queres que te acerque para tomar el colectivo? Mirá que es peligroso que un hombre ande solo a estas horas en la calle. Vamos, te llevo.

El profesor sube al auto de la alumna y de pronto se encuentra con un tetazo. La chica, muy suelta le dice: “hace rato que quería estar a solas contigo. Me gustas mucho…”.

El hombre queda paralizado. Todo su cuerpo tiembla por el temor y piensa rápidamente: “Qué estúpido soy, cómo no pensé que podría pasarme eso?” Y se culpa por haberse expuesto a una situación tan delicada, sobre todo por la relación profesor-alumna que existe.

¿Cuál es la probabilidad de que esto ocurra con un profesor? Yo diría que no llega al 1% y soy optimista. Qué porcentaje de mujeres adolescentes y jóvenes ha pasado por esto al menos una vez en su vida de estudiante? Me animo a decir que demasiadas.

Fui acosada por mi profesor de Química del 5º curso cuando tenía 14 años. Fui acosada por más de un profesor durante mi vida universitaria. Y de la peor manera. Yo no me expuse. En un caso simplemente fui elegida por el profesor –que, dicho sea de paso, era considerado un excelente profesor, y conocido columnista en un periódico nacional y se jactaba de ser un buen cristiano (católico)– para retirar de su casa unos materiales de lectura para toda la clase. Yo fui a su hogar, no a su oficina, sino a su casa familiar, donde vivía con su esposa e hijos. Fui a la tarde. Llegué y me pidió amablemente que pasara a su oficina, en una casita al lado de la casa grande. Subí con él y detrás de mí cerró la puerta (su esposa e hijos estaban allí cerquita nomás) y buscó los papeles.

Grande fue mi sorpresa cuando, con los documentos en la mano, se acercó a mí, cerca, muy cerca. Tendió una mano sobre mi rostro, con los ojos brillosos, la respiración entrecortada; yo me quedé paralizada. No sabía qué hacer. Tragué saliva mientras él me miraba fijamente y me decía: “qué linda que sos, me gustaría estar más tiempo contigo”. No sé de dónde saqué fuerzas, me escurrí y salí, volando, temblando y con las lágrimas que corrían desenfrenadamente sobre mis mejillas. Salí a la calle, me sentí perdida. No sabía dónde estaba, ni hacia adónde ir…

Hace 40, 30 años antes ni existía la posibilidad de denunciar nada. ¿Acoso? Ni ahí. Si yo hablaba, sea a mis padres o a las autoridades de la universidad, me hubieran dicho que yo tenía la culpa, que cómo me voy a ir a la casa de un hombre. Pero ese hombre era un respetado señor de Asunción.

Cuento esto por Carol, la estudiante de Medicina que hoy podría recibir un cachetazo de la justicia. Cuento esto porque hay y hubo demasiadas Carol en el Paraguay. Cuento esto porque me indigna que haya gente –mujeres y hombres– que dicen que por qué se subió a un auto. Que por qué se expuso, que a lo mejor ella también quería “algo”.

Cuento esto porque aunque pasaron demasiados años, la valentía de Carol me lleva a contar mi historia, que es la historia de muchas, de demasiadas. Y antes era el silencio, hoy podría ser la impunidad, ante el acoso sexual.

Asunción, 22/02/2017

 

 

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Fuente: Subí, que te llevo